Tuesday, April 24, 2007

La multinacional vaticana

Albert Recio
Mientras Tanto
El movimiento antiglobalización tiene a las corporaciones transnacionales como uno de sus enemigos principales. Luchar contra ellas es hacer frente a la desmesurada concentración de poder que atesoran sus dirigentes y a los efectos negativos que genera su búsqueda, a toda costa, del enriquecimiento. La responsabilidad de estas grandes empresas es diversa, en función del tipo de actividad que desarrollan pero, en todo caso, su impacto es importante.
Propongo tomar a la Iglesia católica como lo que verdaderamente es. Una enorme multinacional. De hecho es posible que tengamos que considerarla la multinacional primigenia, pues su implantación planetaria se adelantó unos cuantos siglos a las grandes empresas mercantiles. Y sin duda sus pautas organizativas han sido copiadas, o han servido de aprendizaje y reflexión a las grandes mentes de la economía de la empresa (al igual que muchos estrategas militares modernos aprendieron de la experiencia de Julio César o Napoleón).
Hace pocos días, un experto internacional en márketing entrevistado en las páginas de La Vanguardia [de España] ponía el ejemplo del Vaticano por su capacidad de generar una marca local, con su olor, su música, sus rituales... entrando por los cinco sentidos. ¿Qué otra cosa sino propaganda son los excesos dorados del barroco, claramente opuestos a la austeridad protestante?
Si algo diferencia a la Iglesia del resto de multinacionales no es su organización compleja, su afán de expansión universal, sino el tipo de actividad en la que pretende alcanzar la hegemonía. No es que la iglesia desdeñe la riqueza (aunque su discurso sobre la pobreza pueda parecer lo contrario), sino que esta se sitúa en un plano más accesorio. Su objetivo principal no parece ser otro que conseguir el control de los comportamientos individuales, especialmente en aquellos aspectos más íntimos como el de la sexualidad o el control de la vida.
Su conocida misoginia no resulta baladí. El control de la sexualidad, la reproducción humana y la vida está en el centro de la lógica del patriarcado. Y la Iglesia católica es, al menos en las sociedades donde está implantada, uno de los pilares básicos del patriarcado. Basta comparar la laxitud y benevolencia con que la jerarquía eclesiástica aborda otro tipo de "pecados" (en especial la codicia) con el comportamiento radical con el que actúa cuando se trata de temas como la familia, la homosexualidad, o la eutanasia. Ahí no hay margen para los matices. El anatema suele ser fulminante. Excepto cuando los "pecadores" son los miembros de su propia burocracia, a los que se les toleran pederastias y otros excesos a cambio de mantener el dogma. Porque para la Iglesia lo crucial es mantener una fuerte presencia en los espacios donde se genera ideología, como es la escuela o los medios de comunicación.
El Vaticano está agitado. Son malos tiempos para promover la abstinencia sexual y decirle a la gente cómo debe morir. Hace tiempo que la Iglesia perdió la batalla con la ciencia y ésta ha dotado a la humanidad de medios que permiten un cierto control sobre decisiones vitales. No es casualidad que algunas sectas religiosas vuelvan a la carga con pseudoteorías como el creacionismo para minar la fuerza de un enemigo ancestral. Aunque resulte paradójico, el consumismo capitalista ha jugado también su papel, al promover un modo de vida en el que la busca del placer a corto plazo, la promoción del "todo es posible en el mercado", y la oferta de que es posible evitar el sufrimiento influyen sobre las percepciones y los comportamientos humanos. Por eso la Iglesia tiene un discurso anticonsumista. Y por ello los críticos al capitalismo debemos hilar fino en este campo, evitando la seducción de un falso aliado. Hay que combatir el despilfarro y la desigualdad inherentes al modo de vida del capitalismo maduro, pero ofreciendo respuestas que verdaderamente permitan a la gente gestionar su propio devenir vital.
Y sin duda han sido las largas luchas emancipatorias de la humanidad, las demandas igualitarias de hombres y mujeres las que más han hecho por minar el insoportable cerco represivo con el que la burocracia eclesial ha intentado moldear el devenir individual. De ahí que todas las ideologías y todos los movimientos que han tratado de articular este esfuerzo emancipador (liberalismo, comunismo, anarquismo, feminismo, movimiento homosexual, etc.) hayan padecido en algún momento la feroz respuesta del aparato católico. No parece que en el largo plazo esta reacción haya tenido éxito, como lo expresa el dato irónico de que es en los países del sur de Europa, los tradicionalmente "católicos", donde los comportamientos demográficos están más alejados del ideal de la procreación incontrolada que defiende el Vaticano.
Reconocer a la Iglesia católica como una multinacional peligrosa no supone situar a todos los creyentes en el mismo saco. Como toda gran construcción moral, la religión católica permite lecturas muy diversas y bajo la misma se arropan personas de distintos talantes. Y no es por tanto difícil encontrar en ese contexto tanto a personas verdaderamente comprometidas con la libertad y el bienestar humanos como a individuos que buscan un camino personal en, por ejemplo, las experiencias místicas. Muchas de estas personas han sido esenciales en los procesos de emancipación humana. Pero resulta patente que a menudo han sido estas personas las primeras que han experimentado en carne propia las reacciones represivas de su propia curia. Basta leer la historia de algunos de los grandes místicos españoles o analizar lo ocurrido con las figuras más prominentes de la "teología de la liberación".
Hoy la Iglesia vuelve a estar de cruzada. Éste y no otro es el contenido de los principales discursos de Ratzinger: conseguir que la religión vuelva a estar en el centro de la política. Empezando por introducir la "esencia cristiana" en la constitución europea. Y sobre todo realizando implacables movimientos en aquellos países donde se están adoptando medidas que atentan a sus intereses. La reciente crisis del Gobierno italiano se explica en parte por los movimientos de senadores afines a la Iglesia. Y el principal resultado de la crisis no ha sido otro que eliminar del calendario legislativo un cambio en las leyes sobre matrimonios. En España esta intervención es directamente obscena, con una emisora de radio como la COPE que defiende abiertamente posiciones antidemocráticas un día sí y el otro más.
La insoportable presión antidemocrática del Partido Popular tiene sin duda razones diversas, la principal la recuperación del gobierno. Pero uno de sus componentes más evidentes son los intereses de la Iglesia (que constituye además uno de los medios de enrolamiento al partido) en temas como la regulación del matrimonio, la presencia de la religión (católica por supuesto) en la escuela, su propia financiación o la regulación de la eutanasia. La movilización de la Iglesia ya le ha permitido sacar buenas tajadas, como el nuevo esquema de financiación pública, el generoso mantenimiento de la escuela concertada, o el mantenimiento del control sobre los profesores de religión (sentencia del Tribunal Constitucional incluida). Pero como al resto de multinacionales esto le parece poco y va a más. En el fondo, lo único que frenaría este empuje reaccionario sería la consecución de algún sistema de nacionalcatolicismo en el poder similar al de los clérigos chiís de Irán, o al de cualquier otro país donde la burocracia religiosa controla aspectos esenciales de la vida política.
Hoy la multinacional vaticana se erige como una de las mayores amenazas a las libertades. No sólo por las ideas que propugna. También por pactar interesadamente con quienes dinamitan cualquier avance democrático. Su crédito es en parte posible por la tibieza y el temor de sus oponentes. Al menos desde los años setenta, la izquierda no ha sido abiertamente laica. Quizás porque en los años finales del franquismo todos debíamos gratitud a los muchos curas que a menudo con mucho valor nos prestaban infraestructuras básicas para la acción clandestina. O por el simple hecho de que mucha gente de la izquierda provenía de corrientes cristianas progresistas con las que seguía manteniendo vínculos. O simplemente porque este fue otro de los grandes temas que quedó aparcado en busca de tiempos mejores. Pero hoy, que muchas de las demandas "morales" de la sociedad son básicamente laicas y que la Iglesia católica está jugando un papel de primera línea en el ataque a las libertades, resulta imprescindible recuperar la exigencia de la separación Estado-Iglesia, de defender en todos los terrenos unos derechos que nos protejan del poder de una de las multinacionales más poderosas y persistentes.

Tuesday, April 03, 2007

La insania de George W. Bush

Harold Pinter · · · · ·

01/04/07

A comienzos de este año me sometí a cirugía mayor por cáncer. La operación y sus secuelas fueron como una pesadilla. Me sentía como un hombre incapaz de nadar suspendido entre las profundidades acuáticas de un océano infinito y fosco. Pero no me ahogué, y estoy muy contento de estar vivo.
Al salir de una pesadilla personal, me hallé en una pesadilla pública harto más asediante: la pesadilla de la histeria, de la ignorancia, de la arrogancia, de la estupidez y de la beligerancia norteamericanas; la nación más poderosa que jamás haya conocido el mundo, en guerra con el resto del mundo. “Si no estás con nosotros, estás contra nosotros”, ha dicho el Presidente Bush. También ha dicho: “No permitiremos que las peores armas del mundo queden en manos de los peores dirigentes del mundo”. Precisamente. Mírate al espejo, amiguito. Eres tú.
Los EEUU están ahora desarrollando avanzados sistemas de “armas de destrucción masiva”, preparados para usarlas cuando les acomode. Tienen más ellos solos, que el resto del mundo tomado de consuno. Han abandonado los tratados internacionales sobre armamento biológico y químico, rechazando la inspección internacional de sus propias fábricas. La hipocresía de unas declaraciones desmentidas por sus propios hechos es casi como un chiste.
Los EEUU creen que las tres mil muertes en Nueva York son las únicas muertes que cuentan, las únicas muertes que importan. Son muertes norteamericanas. Las otras muertes son irreales, abstractas, y carecen de consecuencias.
Nunca se habla de las tres mil muertes en Afganistán.
Nunca se habla de los centenares de miles de niños iraquíes muertos a causa de las sanciones estadounidenses y británicas, que les privaron de medicamentos esenciales.
Nunca se habla de los efectos del uranio empobrecido empleado por Norteamérica en la Guerra del Golfo. Los niveles de radiación en Irak son terriblemente elevados. Nacen niños sin cerebro, sin ojos, sin genitales. Cuando tienen orejas, bocas o recto, todo lo que sale de esos orificios es sangre.
Nunca se habla de los doscientos mil muertos provocados en 1975 en Timor oriental por un gobierno indonesio inspirado y apoyado por los EEUU.
Nunca se habla del medio millón de muertes en Guatemala, Chile, El Salvador, Nicaragua, Argentina y Haití por causa de acciones sostenidas y subsidiadas por los EEUU.
Ya no se habla más de los millones de muertes en Vietnam, Laos y Camboya.
Apenas se habla de la deseperada situación del pueblo palestino, factor central del malestar del mundo.
¡ Qué error de juicio en la estimación del presente ! ¡ Qué falseamiento de la historia !
Los pueblos no olvidan. No olvidan la muerte de los suyos, no olvidan la tortura y la mutilación, no olvidan la injusticia, no olvidan la opresión, no olvidan el terrorismo de las grandes potencias. No sólo no olvidan. Devuelven el golpe.
La atrocidad ocurrida en Nueva York era predecible e inevitable. Fue un acto de venganza contra las constants y sistemáticas manifestaciones de terrorismo de estado, durante muchos años y por doquier, por parte de los EEUU.
En Gran Bretaña se alerta ahora al público para que tenga una actitud “vigilante” ante la posible preparación de actos terroristas. El mismo lenguaje empleado es ridículo.
¿Cómo habría de tomar cuerpo la vigilancia pública ? ¿En forma de pañuelo cubriendo la boca, para prevenir los efectos de un gas ponzoñoso ? Sin embargo, los ataques terroristas son harto probables, el resultado inevitable de la despreciable y vergonzosa actitud servil de nuestro primer ministro hacia EEUU. Aparentemente, se evitó hace poco un ataque terrorista con gases tóxicos en el sistema de ferrocarriles subterráneos de Londres. Pero una cosa así podría perfectamente ocurrir. Miles de niños en edad escolar viajan en el metro londinense cada día. Si un ataque con gases tóxicos los matara, la responsabilidad caería por entero sobre las espaldas de nuestro primer ministro. No hará falta decir que el primer ministro no viaja en metro.
La planeada Guerra contra Irak es, de hecho, un plan para el asesinato premeditado de miles de civiles, supuestamente con objeto de librarles de su dictador.
Los EEUU y la Gran Bretaña han emprendido un rumbo que sólo puede llevar a una escalada de violencia a lo largo y ancho del mundo, y acabar en catástrofe.
Es obvio, sin embargo, que EEUU revienta por atacar Irak. Yo creo que lo hará. No para controlar su petróleo, sino porque la administración estadounidense es ahora un animal salvaje sediento de sangre. Las bombas son el único lenguaje que conoce. Muchos norteamericanos, como sabemos, están horrorizados por la postura de su gobierno, pero parecen impotentes.
A menos que Europa encuentre la solidaridad, la inteligencia, el coraje y la voluntad para desafiar y resistir el poder de EEUU, acabará por merecer la definición que de ella diera Alexander Herzen, recientemente citada por el cotidiano londinense The Guardian: “No somos los médicos. Somos la enfermedad”.
Harold Pinter fue Premio Nóbel de Literatura en 2005